La independencia catalana como mito de gobierno

“¡Seréis siempre unos niños, levantinos! ¡Os ahoga la estética!“.

Miguel de Unamuno.

Si un catalán comete un delito, es juzgado bajo ley española. Si un catalán desea pasar sus vacaciones en California, tiene que viajar con pasaporte español. Si a un catalán le gusta el fútbol verá a su equipo compitiendo en La Liga, el torneo español. Es decir, Catalunya es una región más de España, está plenamente integrada a Madrid. Pero tiene un grado de autonomía que le permite tener su propio gobierno autonómico, que se llama Generalitat; tiene su parlamento, que se llama Parlament; y su equivalente a la TVE, que se llama TV3. Además Catalunya tiene el PIB más alto de España. En ningún lugar de la península ibérica hay más industrias, ni ninguna otra región hispana está tan desarrollada como la tierra de Joan Manuel Serrat.

Veinte mil millones de euros de lo recaudado por el fisco español en Catalunya no se reinvierten en su lugar de origen. Para dimensionarlo, es la misma cantidad de dinero que se pierde cada año por stress laboral a nivel mundial. El asunto toma otro color cuando llega una gran crisis gran como la del 2008 y el país entero entra en recesión. Cuando los números no cierran, empiezan las discusiones sobre qué se debe hacer con los fondos propios. Alguien tiene que tener la culpa que las cosas salgan mal. ¿Quién? España.

Así fue que llegó el momento en que los catalanes se preguntaron “¿por qué tienen que ir mis ingresos a financiar las regiones españolas más pobres, como Extremadura? ¿Qué hicimos los catalanes para financiar el descalabro que hacen desde Madrid?”. La globalización hizo que las regiones sintieran que no necesitaban el Estado-Nación central para poder sobrevivir, enseñó que la conectividad con el mundo está a dos clicks de distancia. Para colmo de males, Barcelona dentro de España siempre se sintió menos que Madrid.

Artur Mas, economista, fue elegido presidente de la Generalitat en el frío invierno boreal del 2010. Frío por donde se lo mire. El PIB, ese indicador cuasi místico que usan los economistas para graficar el estado de la economía, mostraba que el país seguía en recesión y para empeorar la situación, la relación política de Barcelona con Madrid estaba pasando por un mal momento.  

Combustible de gestión.

Mas colocó la independencia catalana en el centro del debate político. Dijo en su discurso de asunción que había llegado la hora de la transición nacional de Catalunya como una entidad que podía decidir por ella misma. A mediados de su mandato anunció que Catalunya sería independiente vía referéndum: el poder de decisión sobre la independencia se delegaba en la comunidad catalana. El referéndum de ese modo se constituyó en el eje esencial de su gobierno.

Cuando quien escribe estas líneas era niño, pensaba que el cielo de cada país era del color de su bandera. Años de escuela primaria me habían enseñado que Manuel Belgrano se inspiró en un cielo celeste y blanco a la hora de diseñar la bandera argentina. Entonces imaginaba lo lúgubre, tétrico y apabullante que debía ser el cielo alemán. Ni hablar del cielo radioactivo de Brasil. Ni el cielo alemán es negro, rojo y amarillo, ni tampoco Belgrano se inspiró en el color de la atmósfera. Es una historia que suena linda, pero más que ello, es un relato que fundamenta la identidad nacional del cual los Estados se alimentan para escribir su propia historia y que a su vez permite ser el sustento desde donde se construyen las identidades subjetivas y los sentidos de pertenencia de una sociedad.

Lo mismo sucede con la política, los gobiernos necesitan de un mito que sea el combustible de su gestión, la materia prima de sus modalidades discursivas. El mito de gobierno es, para la comunicación política, un elemento unificador que simboliza la dirección, la voluntad y la justificación de las políticas. El politólogo y experto en comunicación política Mario Riorda lo define como “una referencia breve que representa el pasado y presente de un país, pero que implica también una conjunción con el devenir futuro como modo de activar a una sociedad y ofrecerle certezas del rumbo a seguir”

Barcelona Barcelones 27 06 2016 Economia Primeras rebajas del verano En la foto la tienda C A de la calle Pelai FOTO DANNY CAMINAL

Referéndum o referéndum.

El Govern tiene esa referencia: la independencia. Ahora, las formas siempre sembraron un manto de dudas. Las expectativas de Mas fueron que si Catalunya celebraba un referéndum por la independencia y este resultaba favorable, España debería aceptar la decisión fundamentada en la soberanía autónoma catalana. Pero en el desierto de lo real, fue lo contrario: Catalunya solicitó el referéndum, España lo negó declarándolo inconstitucional y en respuesta Barcelona organizó un un referéndum ad honorem de carácter no vinculante.

Eso fue exactamente lo que pasó el 9 de noviembre de 2014, cuando se realizó un referéndum sin autorización de Madrid: nada. Naturalmente no fue de carácter obligatorio y además de decisión no vinculante. El resultado fue anecdótico, más del 80% de los votantes se declararon a favor de la independencia. Lo no anecdótico fue que España imputó judicialmente a Artur Más por haber organizado esta consulta popular sin tener autorización madrileña. Por ello posteriormente sería inhabilitado a ocupar cargos públicos por dos años.

El Tribunal Constitucional español postuló que Catalunya no puede legitimar un referéndum por el hecho de ser un gobierno autonómico, ya que el cumplimiento mismo del Estatuto de autonomía es de voluntad unilateral del gobierno español y que su aprobación también depende de las instituciones judiciales españolas. Golpe de abeja -como le gustaría a Ali- para el Parlament. El TC le marcó la cancha y mostró la precariedad de la autonomía gubernamental catalana. Y a su vez, mostró la rigidez de la letra muerta de la Ley, pero que es puesta en práctica por gente que, además de ser españoles, no están para nada muertos. El Tribunal Constitucional nació y vive como una forma de dominio de Madrid sobre Barcelona.

Para las elecciones generales del 2015 se armó una gran coalición independentista. Fuerzas de orientaciones políticas diversas como los liberales del Partido Democrático Europeo Catalán (PDECAT), la Esquerra Republicana de Catalunya (Izquierda Republicana de Cataluña), la Asamblea Nacional Catalana e incluso se convocó a la Candidatura d’Unitat Popular (CUP), pero al final desistieron.

Esta suerte de frente amplio independentista iba a traer por fin la anhelada independencia vía referéndum. Pero ésta década no es la era de oro de las encuestas y el resultado electoral fue más flojo de lo que se pensaba. Incluso se allanaron sedes de Convergencia ya que en el 2005 se había acusado que el partido habría cobrado comisiones ilegales procedentes de la obra pública para financiarse. Fue entonces que el aparato comunicacional del procesismo sacó a relucir el artilugio de la victimización: España nos persigue.

Elegir es una renuncia.

Sentemos a Catalunya al diván. Cualquier psicólogo le preguntaría al procesismo por qué todavía no ha declarado la independencia. ¿No quiere o no puede? Como sostiene Alfons López Tena, independentista y fundador del partido Solidaritat, Catalunya no quiere la independencia, la desea. En una simplificación in extremis, podríamos decir que Madrid y Barcelona son como una pareja. A veces sucede que en una relación sentimental, una persona supedita su deseo en el deseo del otro. En parejas donde un sujeto está demasiado subordinado al otro, el deseo propio lo pierde anclándolo en la vida de la otra persona. Esto no es consciente hasta que comienza a molestar, o sea, hasta que hay algo que hizo un click. En esa situación comienzan a aparecer comportamientos fóbicos, florece el miedo y la inseguridad. Uno desea la independencia y el otro es el culpable. Pero desear no es poder, es ahí donde el pedido de independencia se instala en la queja porque configura una dicotomía, ya que elegir irse de la relación implica salir de la zona de confort. Elegir es una renuncia, la queja no. La rebelión per se no genera ningún cambio.

Un artilugio similar se pone en juego en el proceso, pero las tramas de la política lo complejizan. El procesismo se autoproclama como los únicos posibles mediadores para la independencia. Esta operación le permite construir el enemigo externo, victimizarse y además culpar a otros de las propias incompetencias. El procesismo encontró un negocio redondo con un volátil pero efectivo rédito electoral, ¿para qué querrían la independencia?

Esta estrategia no gana los votos de aquellos que comulguen con la independencia catalana de modo automático, pero permite limitar los daños que la oposición a este pueda infringir. El poner la independencia como una largo proceso permite provocar conflictos que generen divisiones sociales calculadas, marcando los límites propios del consenso y solidificándolo frente a los sectores con los cuales se marca una diferencia clara. Los votantes blandos o posibles independentistas que quizás no comulguen con los candidatos procesistas encuentran en ellos la vía hacia la independencia catalana. En comunicación política esta suerte de fracking político se denomina conflicto controlado, porque permite construir un marcado ellos y un definido nosotros.

Barcelona 11 09 2016 Politica Manifestacion en el Passeig Lluis Companys por la independencia durante la Diada nacional de Catalunya Fotografia de Jordi Cotrina

País cuántico.

Sin embargo, los mitos de gobierno tienen una influencia limitada. Un mito funciona plenamente cuando lo que plantea es algo dentro de las posibilidades de concretarse políticamente. Como todo contrato, tiene una faceta discursiva y otra de políticas que contribuyan a lograr ese objetivo. Esta cuestión marca la expectativa de vida de todo mito de gobierno, cuando los índices de aprobación de las políticas que lo sostienen cambia, el mito muestra sus fisuras y sus fallas.

Según una investigación del Centre d’Estudis d’Opinió de la Generalitat de Catalunya publicado en junio de 2017, el 34,7% de los habitantes de la región cree que Catalunya debe ser un Estado independiente; el 30,5% que debe ser una comunidad autónoma dentro de España y el 21,7% un Estado dentro de una España federal. Sin embargo, en el mismo mes pero del año anterior, los independentistas eran el 41,6% y los autonomistas constituyeron el 26,5%. No hace falta ser Jaime Durán Barba para darse cuenta que el Govern tiene dos opciones: convocar al referéndum o girar el discurso hacia el autonomismo y repensar el lugar de Catalunya dentro de España.

El corto y mediano plazo catalán se volvió un gato de Schödinger político. Tanto el referéndum, como el discurso autonomista conviven en la misma caja. La tan ansiada consulta independentista se realizaría el 1 de octubre según fue anunciado, pero no promulgado. A pesar de no contar con la aprobación española, se haría igual. Nótese el uso de condicionales, ya que los recientes choques de jurisdicciones judiciales entre España y Madrid han tensionado el clima. Así como a la vez el Partido Demócrata Europeo Catalán ya está barajando la posibilidad de que su candidato a alcalde de Barcelona tenga un fuerte matiz autonomista. Esto se conoció gracias a que se filtró una grabación donde el número dos del partido David Bonhomí dijo textual “si el ‘procés’ acaba mal, presentamos a un candidato autonomista”.

Sucede que los mitos de gobierno no pueden sostenerse indefinidamente. El mito de gobierno para tener su eficacia en el electorado y estar bien posicionado dentro de la opinión pública requiere que haya un correlato entre lo que se dice y lo que se hace. Es imposible sostener un relato que está por fuera de las posibilidades de ser realizado políticamente. El procesismo, empernado en arribar a una independencia por inercia, no construyó un proyecto de país, un proyecto de nación donde albergar los sueños catalanes. Porque si de algo viven los mitos, es de esperanzas. Si bien en el siglo XXI todo lo sólido se desvanece en el aire, las urnas se llenan con votos y no con humo.

 

Bibliografía.

Amat, Oriol, et al. La cuestión catalana, hoy. Instituto de Estudios Económicos, 2012.

Amat, Oriol. “Radiografía del tejido empresarial catalán y posibles impactos del debate independentista.” Amat O., Feito JL, Fernández D., Pich V., Polo C., Semur A., Trigo J. & Tugores J.(2013), La cuestión catalana, hoy, Madrid, Instituto de Estudios Económicos (2013): 11-25.

Ballesteros Herencia, Carlos A. “Naciones mediáticas. Los marcos informativos de la consulta sobre la independencia de Cataluña (9-N).” Doxa Comunicación20 (2015).

Bosch, Núria, Marta Espasa, and José V. Rodríguez Mora. “Observatorio*: La Viabilidad Económica de una Cataluña Independiente” Revista de Economía Aplicada 22.64 (2014): 135.

López Meri, Amparo. “Twitter-retórica para captar votos en campaña electoral. El caso de las elecciones de Cataluña de 2015.” Comunicación y Hombre 12 (2016).

Muñoz, Laura Alonso. “El tratamiento en la prensa del movimiento independentista en Cataluña.” Sphera Publica 2.14 (2014): 104-126.

 

Autor

Lautaro Lescano: Estudiante avanzado de Comunicación Social. Co-conductor de periodístico Tarde Para Chequear. Columnista de Política Internacional. Productor de contenido periodístico.

 

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