A principios del siglo XX, Argentina era considerada la sexta nación más próspera del mundo, con altos niveles de riqueza y de calidad de vida. A tal punto que en 1945 Winston Churchill dijo: “No dejen que Argentina se convierta en potencia”. En la actualidad distamos de esa bonanza, cargando con un 30% de pobreza, un inestable panorama económico y una política deteriorada por la corrupción.
¿A qué se debe esta decadencia? Una de las tesis centrales que presentan Daron Acemoglu y James Robinson en su libro “¿Por qué fracasan los países? Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza” es que la distinción entre países ricos y pobres se da por sus instituciones. Su creación, desarrollo y permanencia dependen del interés y habilidad de cada gobernante para formarlas. Es decir, la causa del éxito o fracaso de una nación no es atribuido a la geografía o la cultura, sino a los establecimientos políticos y económicos. Los autores clasifican las instituciones en 2 grupos: las extractivas, destinadas a extraer recursos de la población a beneficio del gobierno de turno y su elite y las inclusivas, que protegen las libertades y la propiedad privada, fomentando la participación de la mayoría de las personas.
Entonces ¿qué relación tiene esta tesis con Argentina? Pues bien, la Argentina conocida como “granero del mundo” de hace aproximadamente 100 años tuvo un crecimiento basado en sus recursos naturales. Este desarrollo “extractivo” se dio de la mano de una poderosa elite que no pudo impulsar un mercado fuerte. El modelo agroexportador era frágil y sufrió mucho la gran crisis internacional de los años 30, sumado al primer golpe de estado. Argentina demostró que por más avanzado que fuera (como lo manifestó en 1912 con la aprobación del voto universal) igual se vio inmerso en una espiral de inestabilidad institucional. Y es que, a fin de cuentas, el crecimiento económico infinito es insostenible.
El mayor problema que ha profundizado este desequilibrio institucional es la búsqueda de gobiernos demagogos y populistas. Esto hace que se involucren demasiado en la sociedad y en la economía, regalando todo a la gente, empobreciendo sus talentos y capacidades con el fin de anularla. Contrario al relato populista, lo que ha generado prosperidad han sido las relaciones pragmáticas con el resto del mundo. En este sentido, se da una gran polémica en torno a las dos primeras presidencias de Juan Domingo Perón (1946-1955), quien estimuló el culto de la personalidad, en conjunto con un modelo autárquico que lo “alejó” del mundo.
Y es que para transformar las instituciones extractivas en inclusivas, como afirman Robinson y Acemoglu, se necesita un héroe que sea un gran educador con convicción institucional. Al parecer, ningún gobierno ha estado dispuesto a formar educadores que puedan explotar las capacidades y conocimientos que el país precisa para generar el tan anhelado cambio. Y es que ¿realmente queremos seguir la senda de la decadencia, con una economía aletargada?
En este sentido, considero pertinente compartir un fragmento de un artículo de The Economist del año 2014 sobre la gran caída argentina:
“Argentina no desarrolló partidos políticos fuertes decididos a construir y compartir riqueza: su política fue capturada por los Perón y se centró en personalidades e influencia. Su Corte Suprema ha sido manipulada repetidamente. La interferencia política ha destruido la credibilidad de su oficina de estadística. (…) El país ocupa un 106º lugar en el índice de corrupción de Transparency International. Construir instituciones es un negocio aburrido y lento. Los líderes argentinos prefieren la solución rápida de líderes carismáticos, aranceles milagrosos y paridades cambiarias, en lugar de, digamos, una reforma profunda de las escuelas del país.”
Es por ello que como reflexión final, es necesario superar la idea de que “todo tiempo pasado siempre fue mejor”, idealizando una época de oro que se ha construido en el imaginario. La Argentina ha venido cometiendo los mismos errores durante más de 70 años sin profundizar en las raíces de sus falencias institucionales. Es fundamental tener buenos gobiernos para poder mirar al futuro y no ser lo que somos hoy: un país estancado en el ayer.
Referencias:
Acemoglu, Daron, y James A. Robinson. Edición 2013. Por qué fracasan los países. Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza. Editorial Ariel.
Cachanosky, Nicolás (2017) “Por qué fracasan los países: una lección para Argentina”: https://www.infobae.com/opinion/2017/04/21/por-que-fracasan-los-paises-una-leccion-para-argentina/
De Zárate, Francisco (2012) “Por qué fracasan las naciones” Entrevista a Daron Acemoglu: https://www.clarin.com/economia/fracasan-naciones_0_HyUN-7x2v7l.html
Fronzo, Camila (2013) “El peor problema de la Argentina es el populismo”: https://www.cronista.com/we/El-peor-problema-de-la-Argentina-es-el-populismo-20130719-0003.html
Luraschi, Matías (2016) “La persistencia argentina en el fracaso”: http://www.lavoz.com.ar/opinion/la-persistencia-argentina-en-el-fracaso
The Economist (2014) “The parable of Argentina: There are lessons for many governments from one country’s 100 years of decline”: https://www.economist.com/news/leaders/21596515-there-are-lessons-many-governments-one-countrys-100-years-decline-parable
BBC Mundo (2014) “¿Perdió alguna vez Argentina la ruta hacia el desarrollo?”: http://www.bbc.com/mundo/noticias/2014/03/140310_argentina_polemica_decadencia_economica
Autora
Florencia Herrería: Estudiante avanzada de Relaciones Internacionales por la Universidad de Congreso. Voluntaria legislativa en Municipio de Godoy Cruz. Alumni AIESEC en Mendoza.