El Líbano contra las cuerdas

Por Carolina Riera

Alta inflación, bancarrota y crisis de deuda, pobreza extrema y crisis institucional. Frente a estos conceptos, automáticamente el lector podría pensar en Argentina, y dicho razonamiento sería acertado. No obstante, ahora, agregue a dichos componentes una crisis del sistema social y político sectario/religioso, la ausencia prolongada de un poder ejecutivo, y la existencia de organizaciones terroristas operando en el territorio de dicho estado. Eso es un muy breve resumen de la realidad a la que el estado del Líbano, conocido alguna vez como la Suiza de Medio Oriente, se enfrenta en la actualidad.

El Libano y la crisis del siglo: origen y desarrollo

La crisis libanesa, que combina un conjunto alarmante de factores económicos y sociales, como el impago de la deuda externa, hiperinflación, bancos insolventes, rápida contracción del PBI y un 80% de la población sumida en la pobreza, ha sido descrita por el Banco Mundial como una de las peores crisis económicas desde el siglo XIX (Ballout, 2023).

No obstante, las raíces del problema no son recientes, sino que se remontan al final de la guerra civil en los años noventa, un punto histórico de inflexión que sentó las bases políticas, económicas y sociales del Líbano actual. Es a partir de este periodo, donde a través de una mala gestión crónica, los gobiernos comenzaron a acumular deuda masivamente e incrementar el déficit estatal.

En los últimos 3 años, dicha crisis fiscal no ha hecho más que agravarse, acompañada de una pérdida de legitimidad del sistema sectario que, mediante la compartimentalización de la población en comunidades religiosas, afecta tanto la vida pública como privada de la sociedad libanesa. Asimismo, también se presenta la ausencia de un poder ejecutivo definido (desde octubre el país no tiene presidente), una fuerte caída de la confianza en el sector bancario, y una tendencia decreciente en el envío de remesas por parte de la diáspora.

Por otro lado, el acuerdo provisorio firmado con el FMI a principios de 2022 no ha presentado ningún avance, ya que el estado libanés no ha logrado cumplir con las condiciones para acceder a un programa completo de ayuda.

La Trampa Geopolítica

Desde la implosión de la guerra de Siria en 2011, el contexto regional tampoco ha sido ventajoso. Los lazos de la geopolítica regional y mundial impregnan el total de la política libanesa y su reconocido sistema sectario (donde los cargos de poder se reparten entre 18 comunidades religiosas) no hace más que contribuir a dicha inestabilidad.

La puja por la influencia de Medio Oriente entre Arabia Saudita e Irán se ha incrementado en los últimos años, como reflejan múltiples de los sucesos regionales acontecidos recientemente.

Particularmente en el caso del Líbano, Irán ha adoptado un papel predominante en la arena, con el apoyo al grupo Hezbolá, quien se constituye no solo como una organización terrorista, sino que también ha penetrado todas las instituciones oficiales libanesas como partido político, logrando influir no solo en la comunidad política chiita, sino que a otras sectas. En este sentido, hasta hace unos meses, las relaciones Beirut-Riad  venían experimentando un declive progresivo en los últimos años, en el marco de la presidencia de Michel Aoun (2016-2022), cristiano maronita vinculado a Hezbolá.

Estas tensiones alcanzaron un pico en 2021, cuando el cristiano maronita George Kordahi, Ministro de Información nacional, criticó las intervenciones militares lideradas por Arabia Saudita en Yemen.

La respuesta de Riad no se hizo esperar, y condenando fuertemente las declaraciones y la falta de retracción por parte del gobierno libanés, ordenó la retirada de su embajador, acto seguido inmediatamente por sus aliados, Bahrein, Kuwait y Emiratos Árabes Unidos. Además, siendo uno de los mayores destinos de exportación, decidió bloquear todas las importaciones libanesas, generando así un profundo impacto en la escasez de divisas del país.

Estas acciones no solo reflejaron la preocupación saudí por el ascenso de la organización en el Líbano, sino que también el creciente apoyo de Hezbolá a los hutíes en la guerra de Yemen y el estrechamiento de vínculos entre los movimientos chiítas regionales patrocinados por Teherán (Harb, 2021).

El regreso de Arabia Saudita, ¿Y el ascenso de Qatar?

No obstante, cuando el control parecía inclinarse definitivamente hacia Teherán, dos acontecimientos cruciales modificaron una vez más el rumbo de los acontecimientos.

En primer lugar, en el marco de las elecciones de mayo de 2022, Hezbolá perdió un significativo número de bancas en el parlamento, hecho que desde entonces ha afectado relativamente su ascendente fuerza política.

Por otro lado, en las semanas previas a las elecciones, Arabia Saudita decidió levantar sus sanciones y establecer nuevamente las relaciones diplomáticas. El motivo detrás de este giro radical, por supuesto, se encuentra en un nuevo intento de contrarrestar el poder de Hezbolá y revigorizar la influencia de la comunidad sunní.

La decisión se da en un contexto de mayor conciencia entre los países del Golfo, de la necesidad de volver a comprometerse con el Líbano para contener la influencia de Teherán y las actividades transnacionales del grupo. Además, el retorno también apunta a disminuir  el floreciente tráfico de drogas desde Siria, a través del Líbano, hasta el Golfo. (Talbot, 2022).

Asimismo, en materia económica, el regreso de Riad no solo se vincula a la predominancia religiosa/sectaria en la región, sino que al control de los recursos energéticos (Ghoble, 2018). El Líbano cuenta con importantes reservas de gas, y el acuerdo sobre la plataforma marítima de Kersh firmado con Israel en octubre de 2022 refleja este enorme potencial.

Finalmente, es importante destacar que en los próximos años Arabia Saudita podría contar con un nuevo apoyo para inclinar la balanza del país hacia la influencia sunita: Qatar. Este pequeño estado en los últimos años ha expandido su influencia económica y política en el Líbano, mediante la inversión de millones de dólares. Un reflejo contundente de ello, es la firma de un acuerdo en enero de 2023, donde la empresa estatal Qatar Energy se sumará a un consorcio internacional para la explotación del gas de Kersh

Conclusión

El estado libanés está contra las cuerdas a medida que va perdiendo progresivamente sus instituciones y legitimidad.

Es cierto que los acontecimientos diplomáticos mencionados previamente, así como la posibilidad de una renovación en las relaciones diplomáticas entre Arabia Saudita e Irán y las conversaciones de paz en Yemen, han reconfigurado el escenario regional. No obstante, incluso si llegase a existir en el futuro un contexto regional favorable, aún existe un vacío institucional y una imparable profundización de la crisis económica, que imposibilita una solución estable o duradera en el marco de las condiciones domésticas actuales.

Solo grandes cambios y reformas internas conseguirán que este país logre salir a flote

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