Detrás de los ataques perpetrados por el terrorismo islámico en diferentes partes del globo y de las dificultades de convivencia de las diversas culturas se esconde un largo entramado histórico. Hay implicancias históricas que no deben escapar a la consciencia de quien quiera comprender el porqué del choque entre el mundo cristiano y el islámico. La realidad de Oriente Medio está llena de matices que escapan a la vista de los analistas occidentales y al ojo del hombre común que mira con temor la creciente amenaza del fenómeno terrorista, el cual parece no tener límite.
El terrorismo islámico
Desde las cruzadas llevadas a cabo por las monarquías feudales cristianas bajo el aval del papado, el islam representó un sinónimo de miedo. Pero ¿por qué representaría miedo o rechazo una religión que promueve la paz y la tolerancia?
Las rivalidades por el control de Tierra Santa fueron el detonante para que los dos credos se enfrentaran en batallas que resultaron tan infames como traumatizantes. No obstante, se puede rastrear el problema del terror hasta el período de conquista del Imperio Otomano, el cual amenazaba no solo los intereses comerciales de los mercados de China e India, sino la existencia misma del orbe cristiano, que podía sucumbir ante las imparables fuerzas turcas. En este contexto, la necesidad de los cristianos de buscar rutas alternativas y nuevos espacios para ocupar permitió su expansión hacia otros horizontes.
Sin embargo, sí debemos entender que el avance islámico por el norte de África y la ocupación de España a partir del año 711 de nuestra era se dio en el marco de una conquista por el dominio del mundo, considerando que el etnocentrismo cultural era incuestionable en casi todas las sociedades en ese tiempo. A esto debemos sumarle la difícil relación entre los reinos cristianos de la península ibérica con el califato andalusí y los reinos taifas.
El Oriente contemporáneo
Los Estados del Oriente Próximo se configuraron, en gran medida, de la mano de la intervención británica y la política colonial. El acuerdo de Sykes-Picot de 1917 delimitó las fronteras de los Estados de Siria e Irak, mientras en el sur de Arabia se libraban guerras entre hashemitas y sauditas y los pequeños príncipes se apresuraban a tomar partido de sus emiratos. Las ciudades sagradas de La Meca y Medina cayeron en las manos de los Al Saud (dinastía de la familia real de Arabia Saudí), allá por la década de 1930, y la mentira británica de una Arabia unificada se fue borrando con el pasar de los años.
La inmigración judía a Palestina llevada a cabo de la mano de la Declaración Balfour, durante el mandato de la casa de Windsor, suscitó una serie de conflictos que se manifestaron tras la negativa de los árabes de ceder sus tierras a los recién llegados. La desvinculación británica de la situación conflictiva denotó un total desentendimiento de su responsabilidad como promotor de las rivalidades, puesto que los enfrentamientos entre árabes y judíos fueron intensos durante el mandato colonial y poco se hizo para evitarlos.
La creación del Estado de Israel en 1948 y sus consecuentes conflictos abrieron una nueva rivalidad entre Oriente y Occidente. El avance de Israel hizo que miles de palestinos perdieran sus tierras, y es este un elemento que pocos analistas toman: el vacío de la guerra y el resentimiento creado en los afectados, en conjunto con la hegemónica propaganda islamista, es el recurso ideal para organizaciones paramilitares que operan en la clandestinidad. Y no es una rareza que sean esas mismas organizaciones las que promueven un islamismo degenerado y perverso.
Afganistán e Irán y la victoria pírrica de Occidente
La intervención soviética en la nación afgana en 1979 representó una oportunidad para que el bloque capitalista interviniera del mismo modo que lo hizo en Corea y Vietnam. La sustancial diferencia era que esta vez ya no requerían de una fuerza permanente, al contar con jóvenes guerreros absorbidos por ideales extremistas denominados talibanes.
Esta agrupación, que ya aplicaba la táctica de guerrilla en la geografía montañosa de Afganistán, vio con buenos ojos la colaboración con Washington. Por si esto fuera poco, un multimillonario saudita de apellido Bin Laden, estaba deseoso de financiar su organización y ayudar a la causa de los muyahidines. De esta semilla talibán nació Al Qaeda, cuyo nombre significa literalmente “la base”.
Desafortunadamente, se produjo un doble problema. Por un lado, y tras la retirada soviética, los milicianos talibanes aprovecharon el caos de la posguerra para imponer su fanatismo religioso, el cual entendemos como una degeneración del islam. Por otro lado, Al Qaeda siguió operando en la clandestinidad o, al menos, eso es lo que los medios hegemónicos informan.
Durante la década de los 80, la presencia de soldados estadounidenses en la ciudad de La Meca hizo enfurecer a los creyentes más radicales, quienes consideran tal territorio vedado para los no musulmanes. Esto produjo un cambio de foco la organización, sin contar con grandes incidentes en la nación gobernada por la Casa Saud. No queda afuera la posibilidad de que ello forme parte de una estrategia de Washington y sus jeques aliados.
El año 1979 también representó una fecha significativa en la historia de Medio Oriente. En ese año, el último monarca de la casa real persa, Mohammed Reza Pahlaví, se retiraba de Teherán en un avión con destino a Occidente, otorgando la inminente victoria de un conglomerado más o menos coherente de intereses políticos llamado “Revolución Islámica”. La aparición del ayatolá Ruhollah Jomeini a la escena política de Irán cambió radicalmente la orientación de la política y la sociedad persa. La diferencia sustantiva entre la República Islámica con las demás naciones radica en la presencia del rechazo total a los Estados Unidos y sus aliados, lo que generó días de gran tensión entre 1979 y 1981 durante la negociación por la liberación de los estadounidenses tomados como rehenes por fuerzas políticas iraníes. Es menester aclarar que esta revolución no fue necesariamente religiosa y homogénea, sino que contó con varias fuerzas, como comunistas y teólogos ortodoxos que, a pesar de sus diferencias, convergieron en el protagonismo de Jomeini y aceptaron su liderazgo.
Conclusión
La famosa frase “donde hay poder, hay resistencia al poder”, de Michel Foucault, encierra una reflexión clara sobre la realidad que se analizó en este escrito. Un escenario que cada vez hierve con mayor rapidez y fuerza, y que difícilmente pueda desembocar en una solución sustentable en todos los sentidos.
Todo este largo proceso de intervenciones, avances y reveces, convivencias forzadas y conflictos constantes fueron, son y serán un excelente caldo de cultivo para la aparición de organizaciones clandestinas cuyos intereses, afines o paralelos darán espacio a una serie de acciones cuyas consecuencias terminarán por afectar a toda la humanidad.
Bibliografía
- Cockburn, Patrick. “ISIS. El retorno de la yihad”. Ed. Planeta.
- Bethell, Leslie. “Historia de América latina”. Ed. Crítica S.A. 1990
Autor
Leandro Molina: Profesor de Historia. Estudiante de la Tec. En Responsabilidad y Gestión Social (Universidad Empresarial Siglo 21).