Las fuertes depreciaciones de la lira y del peso argentino se tradujeron en un temor cada vez más declarado y expandido de una caída libre en economías similares, llamadas genéricamente: “emergentes”. Es factible afirmar, entonces, que quizás estamos atravesando la fase inicial de un efecto contagio que acaparará a más Estados, como sucedió en la crisis en cadena del último lustro de los años 90, o tal vez es solo una falsa alarma, una analogía fuera de lugar.
Sobre los emergentes y el efecto contagio
Corría el año 1991 y la Unión Soviética colapsaba dando paso a nueva era en la configuración del sistema internacional. En este contexto nacían Estados con incipientes economías que buscaban un lugar en un mundo cada vez más interdependiente y conectado. A estos Estados se los denominó mercados emergentes.
En nuestros días, una economía emergente hace alusión a un país con un ascenso en el nivel de actividad económica internacional por factores como el aumento de su producción industrial y sus ventas al exterior, un mercado interno en crecimiento y políticas que fomentan las IED’s (inversiones extranjeras directas), lo que los convierten en competidores de otras economías más prósperas y estables. En contraste con lo mencionado con anterioridad, los Estados emergentes también se caracterizan por poseer factores poco desarrollados y no integrados totalmente en sus economías. Algunos de estos aspectos son: fuerte dependencia sobre el sector primario, mediana o alta dependencia económica y financiera exterior, y una presencia entre mediana y baja en el comercio mundial. Lo anterior refleja el lado vulnerable de los emergentes, sujetos a presiones internas y externas, y por ende dependientes de otras economías más fuertes y sólidas. En los años noventa, dentro de estos parámetros se encontraban Malasia, Tailandia, Corea del Sur, Brasil, México y Argentina, entre otros.
Lo expuesto anteriormente se complementa con la noción de “efecto contagio”, un término introducido en la jerga económica hace poco más de una década. Es una analogía a la transmisión de una enfermedad (aunque no necesariamente con efectos negativos) en determinados entornos que le son propicios ante el “descuido” o la ausencia de buena salud de un paciente, en este caso un Estado. Desde un punto de vista económico, tal efecto se aplica a situaciones en las que desequilibrios financieros, de balanzas de pagos o de actividad productiva, que se originan en un país o área determinada, repercuten de forma significativa en otras economías.
El Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo (IBRD, por sus siglas en inglés) propuso una definición más acabada del efecto contagio: cualquier transmisión de perturbaciones económicas de un país a otro, más allá de las atribuibles a vínculos fundamentales entre ellos (Toribio, 2012). Tales vínculos pueden ser: financieros, cuando dos o más economías se conectan a través del mercado de capitales; reales, cuando proceden de relaciones ordinarias asociadas a transacciones internacionales (así, países que comercian entre sí, o compiten en los mismos mercados exteriores, pueden verse afectados cuando se produce la depreciación de una de sus monedas); políticos, derivados de acuerdos especiales entre países, de forma que cualquier perturbación depreciativa en uno de ellos conlleva devaluación en todos los demás.
El viejo fantasma: la crisis de los emergentes
Las fuertes caídas de la lira y del peso argentino durante 2018 tuvieron una intensidad muy elevada en el segundo semestre, de modo que renovaron viejas pesadillas en los gobiernos de varios países emergentes. El gran temor es la repetición de los sucesos ocurridos en los últimos años del siglo 20 y el inicio del siglo 21, la denominada “crisis de los emergentes”. Esta fue una concatenación de crisis de las economías de países en diferentes latitudes del mundo.
Todo comenzó con una alarma en el año 1994 en México, donde existía un intenso recelo hacia el exagerado déficit exterior, y el consiguiente temor a la fuerte devaluación del peso, lo que provocó intensas salidas de capitales hasta generar el colapso de la economía mexicana. Dicho contexto generó inquietudes hacia otras economías de Latinoamérica, esta amenaza fue nombrada como “Efecto Tequila”. Si bien los flujos de capitales internacionales hacia economías emergentes pudieron soportar los temores de la recesión mexicana, el sistema financiero ya había sido tocado.
A fines de 1996, la reserva Federal de los EE. UU. subió el tipo de interés haciendo que los capitales huyan hacia Norteamérica y así emergió China como el gran exportador de manufacturas baratas. Esto supuso una presión en la balanza de pagos de países emergentes. Para los inicios de 1997, Tailandia, prototipo e icono de las economías emergentes, comenzó a mostrar síntomas de inquietud respecto al desequilibrio exterior, ese temor hizo que el gobierno tailandés se viera obligado a apelar al Fondo Monetario Internacional en busca de soporte financiero, lo que produjo una fuerte devaluación del baht (moneda oficial tailandesa) y un severo ajuste.
Las sucesivas devaluaciones (los casos más relevantes fueron Corea del Sur y Hong Kong) se trasladaron por todo el Sudeste Asiático para corregir las balanzas comerciales y reactivar las economías que se habían estancado. Esto hizo que los citados países contrajeran su demanda del resto del mundo, haciendo que bajen los precios de las materias primas como el petróleo y productos agrícolas.
El efecto contagio en variables financieras desde Asia se transformó en comercial. En agosto de 1998 la crisis llegó a Moscú acompañada por desequilibrios fiscales (cuentas del Estado) y por el declive en los precios de los commodities. Esta provocó que el gigante ruso cayera en insolvencia para pagar su deuda. La crisis económica de Rusia cruzó tierra y mar para contaminar a Brasil, el país con el mayor mercado y la industria más grande de Latinoamérica. Sería este último país quien, en enero de 1999, se vería obligado a devaluar seriamente su moneda y llevar a cabo duros ajustes domésticos.
Finalmente, la economía argentina, seriamente afectada por los episodios de Brasil, no pudo evitar una profunda crisis, que terminó estallando dos años después. La fuerte dependencia de la economía Argentina con respecto a Brasil, hizo que la demanda agregada cayera y, por consiguiente, lo harían también los salarios y empleos, los cuales llevaron a un default de la economía en el 2001. La crisis financiera en su faceta final, sobre todo cuando alcanzó a los países sudamericanos, se contagió fuertemente por variables reales y políticas, dado el marco del Mercosur.
Turquía y Argentina: ¿primeros casos de un nuevo contagio?
Para entender los problemas de Turquía y Argentina debemos enmarcarlos en un contexto de guerra comercial entre EE. UU. y China. Todo comenzó cuando el presidente Donald J. Trump impuso, por medio de políticas arancelarias, un objetivo de reducir el cuantioso déficit comercial con China. Entre sus medidas se destacaron el arancel al acero y aluminio, que derivó en reproches de varios Estados, entre ellos Turquía.
Desde principio de 2018, las relaciones entre Argentina y Turquía fueron tensas, su punto más caliente se dio el 13 de agosto cuando la medida arancelaria se duplicó para el país otomano. Turquía depende mucho en su canasta exportadora de los minerales que vende a EE. UU. (es el séptimo país del que Estados Unidos importa), debido a esto escasean divisas dentro del banco central turco. Junto con un Erdogan más resistente a negociar con Washington, la paciencia de los inversores se agotó, resultando en una caída libre de la lira con el dólar, fuertes pérdidas en bolsa y rebajas en su rating.
En el contexto interno, las elecciones de junio otorgaron al presidente Erdogan mayor control en el ámbito militar, judicial y económico, poniendo bajo el foco a su banco central. Este escenario de mayor incertidumbre intensificó los temores acerca de la solvencia de la economía turca, ya que los compromisos con inversores extranjeros ascienden a más de 30 mil millones de dólares entre septiembre y octubre (casi el 40 % de las reservas totales en divisa del banco central). El principal problema es que buena parte de esta deuda está referenciada en dólares y euros, y el desplome de la lira dificulta mantener los compromisos de pago.
El deterioro de la situación de la nación otomana ocasionó un sentimiento de alarma entre los inversores, el cual tuvo amplias repercusiones sobre los activos emergentes, especialmente en los países con problemas específicos internos y elevada dependencia del ahorro externo, como Argentina y Sudáfrica. En Argentina, el contexto desfavorable, tanto interno como externo, hizo que el gobierno de Macri buscase alternativas para el financiamiento del Estado. Un instrumento muy usado y difundido por la prensa: las LEBAC (Letras del Banco Central). Estos bonos del banco central tenían una tasa del 40 % anual, que si bien son grandes rendimientos, el riesgo de invertir es muy alto teniendo en cuenta el historial crediticio argentino.
Para mayo y entrado junio de 2018 el gobierno de EE. UU. subió su tasa de interés al 30 % haciendo que gran cantidad de inversores golondrina huyan al norte (el lema que siguen estos agentes es que hubo varios factores que terminaron con la confianza depositada en el gobierno de Macri, entre estos: la caída del peso por la suba de la tasa de interés de EE. UU.; problemas financieros, los inversores internacionales han perdido la confianza sobre la capacidad del gobierno para cumplir con los vencimientos de deuda; y, por último, el nivel de inflación y la elevada tasa de interés que llegó hasta el 60 %.
El aumento del valor del dólar con respecto a la lira y el peso significa que hay cada vez menos dólares en aquellas economías, lo cual supone que los agentes demandan más dólares y tienen la necesidad de desprenderse de sus monedas nacionales que pierden su valor, generando las subas del tipo de cambio que se vieron a lo largo del año.
Conclusiones preliminares
En primera instancia, puede sostenerse que, de aceptarse la tesis de un nuevo efecto contagio en los últimos meses, este estaría en una etapa prematura, ya que solo puede deducirse un contagio mediante variables financieras, generado por la fuga de capitales de Turquía y Argentina. No obstante, las variables intervinientes distan bastante, puesto que las condiciones internas de ambos países son determinantes.
Otra arista a considerar es el factor desencadenante de la crisis actual. Se debe tener en cuenta la guerra comercial entre China y EE. UU. y las tensiones diplomáticas entre Ankara y Washington, no una crisis iniciada en un emergente “confiable” como Tailandia en 1997 o la incapacidad de pago de un gran emergente, como México. En la actualidad, los factores iniciales fueron más previsibles, es decir, generaron menos incertidumbre en los inversores.
Asimismo, no puede negarse un “ilusorio” efecto contagio más situado y específico derivado de los temores de los agentes financieros por el desplome de divisas en economías fuertemente dolarizadas. No obstante, aquello no es suficiente para generalizar temores a todas las latitudes o hacer analogías directas con lo sucedido en los años 90. Más que una “nueva crisis de los emergentes” por un renovado efecto contagio general, debería sostenerse la posibilidad de contagios en países con índices de riesgos altos que los acercan a la vulnerabilidad de una crisis cercana, países con altos índices de déficit fiscal y deuda externa (media o alta), sin importar la categorización de sus economías.
Podemos concluir que cuando la crisis inicial es correctamente prevista y anticipada, no existiría contagio, debido a que los inversores reafirman su capacidad para discriminar entre mercados y no extienden el fenómeno a países distintos. Diferente fue en la década de los 90, ya que los eventos fueron inesperados y la incertidumbre fue enorme.
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Autores
Rafael Garella: Licenciado en Relaciones Internacionales (Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, Universidad Católica de Córdoba). Profesor Adscripto en la Cátedra de Política Internacional, Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales.
Santiago Ricca: Licenciado en Relaciones Internacionales (Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, Universidad Católica de Córdoba). Profesor Adscripto en la Cátedra de Política Internacional, Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, Universidad Católica de Córdoba.